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Este precioso e inspirador nombre eligió, en 1170, el filósofo y médico hispanojudío Maimónides (Córdoba, 1135 – El Cairo, 1204) para titular una de sus obras.

Es éste un tratado dedicado a dar luz filosófico-teológica a aquéllos que impactados por el pensamiento aristotélico imperante querían (pero no sabían cómo) encajarlo de manera armónica con las enseñanzas de la ley judía que habían de observar.

Pero no voy aquí a hablar sobre este sabio árabe, ni sobre disquisiciones filosófico-teológicas que requieren construir un análisis a través de novecientos años de Historia. No hoy, al menos. Lo que ahora me ronda la cabeza es la influencia que tienen sobre el devenir de la historia, de nuestra historia, las decisiones que terceros toman sobre la obra de un escritor. Desde esa frase suavizada por el editor por razones más o menos confesables, esa coma añadida por el corrector y esa publicación no reeditada víctima de los mandatos de las modas o los poderes, hasta esas obras desaparecidas en piras demoníacas.
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Obras valiosas que formaron, enriquecieron y motivaron a nuestros ancestros, por no decir las horas de soledad que les consolaran, y que hoy quizá ni sepamos que existieron. Hoy comparto este título que me ha enamorado tras descubrirlo en un árbol genealógico de la medicina colgado en la sala de espera del doctor que tocaba ver hoy. Hace más de novecientos años que la sociedad se encontraba tan perdida como ahora, que la fe y la razón enfrentaban ya igual que lo hacen hoy. Y hace tropecientos años que los autores se encontraban con el vértigo de decidir cómo llamar a sus hijos. Con la pregunta: ¿este título será recordado? ¿Qué otros nombres barajaría Maimónides para su tratado? ¿Dónde van a parar aquellos nombres y textos que son tachados y descartados por el autor? ¿Habrá un limbo de títulos?

Qué gozada sería encontrarse un día en el lugar al que fueran a parar esos párrafos que cayeron de las obras que han ido enriqueciendo a los hombres. Muchas narraciones, descripciones, pensamientos, sentimientos, personajes que cayeron en el olvido… O que su autor siempre llevó en su mente, arrepentido de haber aceptado su salida de la obra. O que, celoso por compartirlo, guardó para siempre en su memoria.

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